Preguntarnos por el valor social de la educación. Y no está todo dicho. Es asunto de creación.

Se dice que la escuela está en crisis, que el mundo está en crisis. Se prometen soluciones a la crisis. Pero las promesas nos mantienen en vilo consumiéndolas al tiempo que se consume nuestra vitalidad en su consumo intermitente.

No es la escuela la que está en crisis, no es el mundo el que está en crisis, es nuestra relación con el mundo. Con un mundo que nos ofrece armaduras para protegernos de todo lo que hay de real en el deseo de otra cosa, en el ansia de encuentros, en el malestar que provoca la carrera gestionista hacia la “nada”, en el riesgo del pensamiento.

La escuela es uno de los pocos sitios que no pudo ser virtualizado. Uno de los pocos enclaves que vive en una calle, en un barrio. Uno de los pocos territorios que soportan la fisicidad de las presencias. Allí los cuerpos no tienen más remedio que encontrarse, verse las caras, recibir los impactos de las presencias inquietantes. Allí se lidia con la efervescencia de los humores. Ahí en el medio de los contactos sobreviene el cansancio y emergen las ganas. No hay pantallas que hayan podido suprimir la cita diaria face to face. Y ahí está todo

La escuela aloja vastedad de situaciones. Miradas desde la nostalgia o la pretensión ordenadora resulta extremadamente frustrante. Tomadas con curiosidad investigativa que nada sabe de juicios, se vuelve tierra desértica que invita a poblamientos múltiples.

Política de la escucha. La escucha es una actividad, un verbo que se conjuga cada vez que se piensa el sentir . Escuchar lo que se dice y no se sabe. Escuchar pistas, fuerzas que cargan con una pregunta que no pide responderse. Sólo desplazarse en la invención.

Pensamos la escuela en la actividad de escuchar lo misterioso de su existencia, lo que sustraemos de esa verborragia inmutable.

No hay escuela… hay cuerpos afectados en ella que la hacen cuando piensan lo que no saben.

No tenemos nada que decir de antemano. Las góndolas educativas ya lo han dicho todo. El decir balbuceante surge de ese instante en que algo detuvo la cantinela parlante siempre dispuesta a “ordenar” el caos evitando la expansión de las potencias.

Nuestro material de trabajo se gesta en las notas marginales, tomadas al calor de las “lecturas”. Lectura – siempre polifónica – de las situaciones en la escuela, de las crónicas, de los relatos, de las escenas. De las microexperiencias que no son pequeñas ni acotadas.

Trabajamos una política de la escucha que se despliega cada vez que nuestro pensamiento se hace y se deshace. Cada vez que elaboramos nuevas imágenes de nominación de la experiencia. Cada vez que lo cotidiano deja de ser familiar para ser investigable en sus costados no capturables. Hay política de la escucha en la complicidad inventiva. Hay política de la escucha en el riesgo de una apuesta. Hay política de la escucha en la construcción de territorios colectivos de experiencia.